El mañana está ahí, abierto a todos y todos somos responsables de lo que nos depare, tanto para las personas como para el planeta. En consecuencia, no se trata únicamente de prever el futuro, sino de ejecutarlo hermanados, a través de un buen obrar armónico y conjunto, crecido de entusiasmo y desarrollado, en base a lo vivido.
Ciertamente, al contemplar este mundo globalizado y su historia de tormentos, podemos sentirnos desolados, al darnos cuenta de que hay mucho por realizar, comenzando por uno mismo, que ha de entenderse y atender a enderezar su propio cauce humanitario.
Con buena voluntad todo se consigue, desterremos el miedo de nuestros interiores, poniéndonos a florecer en el laboreo de una tierra más habitable y de una sociedad más fraterna. Desde luego, no perdamos jamás la esperanza, tenemos en nosotros la capacidad de sabiduría y virtud, ¡trabajémosla!
Quizás nos sea saludable ponernos a contemplar las vidrieras del tiempo. Esto contribuirá a un impulso, que ha de ser ayudado a llevar a cabo la plenitud de sus potencialidades anímicas, como individuo y en el contexto de la familia. Concebir la parentela, compartir sus éxitos, nos servirá para rectificar las erratas vivientes, plasmadas en nuestro obrar presente.
Nuestra gran asignatura pendiente, sin duda, radica en aprender a reprendernos, bajando de los viciados pedestales. Pongamos el cierre a la pobreza; siendo capaces de acompañar a las personas, filiaciones y comunidades, por la senda de un auténtico desarrollo humano. ¿Acaso puedo considerarme ciudadano justo, si todavía cohabitan análogos encadenados a la indigencia? Nuestro porvenir es su porvenir, ¡preocupémonos!
Bajo esta lucidez y con la ayuda colectiva, podemos reconstruir una civilización digna, con una verdadera cultura de la libertad. Cierto, ¡podemos y debemos realizarlo!
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